DE MARÍA JOSÉ ARJONA
CURADURÍA ANDRÉ LEPECKI

CONVERSACIONES
EN TORNO AL MAR

El Mar

El mar aparece para desdiferenciar. Para deslimitar. Es una invitación a no habitar el mundo sino más bien a ser con el mundo. 

El movimiento en el mar es una proliferación que se materializa en la imagen de la ola, huyendo a la narrativa de lo singular para adentrarse en una conspiración que siempre demanda una renuncia. 

Una renuncia a la solidez de toda estructura, a la rigidez de lo descriptivo y donde más bien el ocultamiento de toda lucidez, agencia un vacío aglutinante. 

El mar no reclama
No proclama
El mar no conquista
Siempre se aleja
Se repliega y se pliega
en su profundidad

Estas conversaciones surgen después de un proceso colectivo de más de dos meses, en el que 20 artistas, provenientes de diferentes disciplinas y experiencias vitales en Bogotá, gestaron un espacio para hacer aparecer -en un lugar temporal- un pueblo que aún no llega.

¿Qué puede entonces un texto convocar para estar a la altura de este encuentro, en un tiempo como este y en un país como Colombia?

Convocar con mayor fuerza: EL MAR.

Intento provocar un oleaje que los aleje de la seguridad de un conocimiento rastreable en medios digitales, de bibliografías, de una búsqueda algorítmica que resulte en un lugar predecible. Voy a utilizar el texto para agenciar una marea en la que sea compleja la detección del horizonte o de tierra firme.

Quiero hacer del lenguaje
una herramienta para que otras “cosas” a-floren y floten.
Quiero proliferar en el torrente sanguíneo de sus noches,
cuando la exhibición geste su propio lugar de desaparición
y
aparezca su fantasma.

OLA 1

El escenario está rodeado de cielo. Las nubes parecen anunciar la tormenta. Los vidrios están húmedos. Algunas gotas caen y se resbalan lentamente dejando varios surcos pequeñitos por entre los que aparece el Cementerio Central y más allá, el barrio Santa Fe. 

Suspendidas del techo están colgadas 36 estructuras de cobre. Cada una de ellas desdobla el espacio en mil espacios más pequeños pero no habitables. Los bordes de las estructuras cortan el vacío para inyectar el olor metálico de sus propias temporalidades en el espacio que las respira mientras se disuelve. Este primer intercambio entre materia y espacio es una mezcla alquímica, una copulación molecular sin cuerpo. 

Flotar como condición del intercambio y no habitar como condición de libertad. No se trata de una deriva, no se trata de navegar, no se trata de traer. La política del espacio, es presentar el vacío como lugar de aparición y desde esta no contingencia, agenciar un pulso que rítmicamente mueva los cuerpos que la primera mañana trae.

Somos una tribu de desconocidos, una conjunción imprecisa de partículas excitadas por el viento y las calles. Nuestra unión se gesta a través de otras anteriores. No hay pureza en las fuerzas vinculantes, ni en las relaciones que se desprenden de este encuentro. La necesidad es contaminar, es hallarse sin permanecer. 

Hablamos de la forma como otros cuerpos salpican el nuestro. Reconocemos el olor antes que sus formas. Somos animales y en esa animalidad reposa el archivo de una itinerancia y también de nuestra fuga. 

Esta vez, se trata de encontrar los repertorios vitales que nos permitan co-vibrar y en esas vibraciones, descifrar su efecto unificador. No aplanamos, no simplificamos, buscamos la diferencia pues en ella, expandimos el límite de nuestra piel. Buscamos hacernos a otras pieles. Nos sabemos cazadores. Soñamos.

Este día constela con el viento. Nos organiza de acuerdo a un cosmos de metal. Estos cuerpos sólidos y dibujados, que en su estado flotante nos redistribuyen en el espacio como fuerzas, son espectros titilantes de un lugar que debemos hacer aparecer a punta de afecto y acuerdos que se conversan mientras nos tocamos. Tocamos a otros porque el contacto es el lugar de la certeza. No queremos tocar abstractos, ni vencer el fuego que también se desprende como resultado de cualquier unión temporal.

Quemarnos con el sol que anuncia la llegada del final

Saltar al vacío que llevamos dentro

Lamer el polvo que se posa en las pestañas de este tiempo compartido.

Es siempre un fantasma
el que anima la velocidad
con la que dos o más cuerpos
tienden a encontrarse
en medio del mar.

OLA 2

Morder, merodear, untar de cuerpo el espacio y también las cosas. Como si no hubiera tiempo o mejor, como si el tiempo se revelara en las relaciones que sostenemos y las que dejamos. Es un movimiento rítmico pero impreciso el que desafía el archivo que es la vida. ¿Cómo archivar afectos y viajes para ver el mar?

Podemos apuntar a un punto cardinal sin dar las direcciones precisas de llegada. Esa línea que se inicia con el gesto y trasciende el vidrio que divide el edificio del paisaje externo para llegar al más allá -un lugar sin “YO”-. Derramar agua y gotas de sudor sobre el suelo, lamer el cobre y copular misteriosamente con las cosas, silbar, recoger y esparcir sin necesidad de conquistar.

La  melancolía que recoge este tiempo, revela nuestra sed milenaria, No es una sed presente. Es una sed, un océano aglutinante, que gestan esta marea alta que no trae o lleva, no tiene objetivo alguno sino el de borrar la división, esa herida que surge históricamente entre un cuerpx y otrx y un cuerpx y las cosas. La melancolía es el archivo de un deseo constante por querer ser Mar y el mareo que sentimos, el efecto de ese cruce temporal que ocurre cuando nos tocamos. 

Qué son las cosas sino invitaciones a disolver todo conocimiento supremo sobre el mundo.
Que son ellas, sino las voces de otro universo que aún queda por re-conocer

OLA 3

La serpiente cruza el inframundo para convertirse en río y finalmente dar a luz la vía láctea. En sus recorridos irregulares por los mundos, decide recorrer una pierna, ascendiendo a las caderas de un cuerpx para llegar hasta la boca y posarse sobre la lengua, en donde la voz y el texto recobran su lugar oracular. 

“La certidumbre trae ruina”

El espacio que surge entre las cosas de cobre y el cuerpo que las recorre es el lugar de la adivinación. La adivinación como acción de seducción propone un encuentro singular en donde desaparece la visión como sentido primordial y aparece la piel como espacio de enunciación colectiva.

Serpeteamos para abrir orificios por los que podamos poner a circular un lenguaje construido desde la incertidumbre, porque es desde ella que podemos cuestionar la estructura ósea que sostiene cada universo y cada sistema que nos somete a una forma única de andar. Nuestra magia es hacer vacíos, gestionar la grieta para presentar todo aquello, que como la serpiente, se resbala. No hay nada en el mundo  -ni el mismo mundo- que sea del todo aprehensible. Removemos capas, escupimos palabras, destilamos tiempo para siempre tener el tiempo de desvanecer. 

Esta poética reptiliana ondula como el Mar, adquiere la forma de la ola y se presenta para hacer aún más insondable la profundidad que habita todo deseo de transformación. El cuerpx aquí, es el instrumento con el que retornamos al mundo y la materia con la que nos es permitido flotar. 

La poesía, como la serpiente, permite avistar otro mundo, en donde reclamamos el lenguaje como materia agenciadora de transformación. Nos permitimos entonces hacer del texto un lugar para la fuga, en donde distribuimos palabras para re-direccionar la bala. Nos permitimos un cierto veneno. Aquí no existe exclusión, en la poesía todo es válido, todo puede existir. Los poetas son siempre cuerpos de frontera, sucios, llenos de mundo, llenos de mar.

Los laberintos
son siempre lugares
a los que debemos entrar con los ojos cerrados.
Debemos oler y escuchar el viento,
leer el ritmo con el que se organiza la grama debajo de nuestros pies para encontrar al minotauro
y ojalá
nunca llegar el centro

OLA 4

Todo laberinto es el reflejo de un órgano de escucha, un cuerpo sonoro, un caracol que conduce a otro orificio en donde la materia vibra para generar una nueva imagen del mar. Escuchar como acto político. No producir discurso sino percibir las frecuencias que componen el campo en y desde el cual nos relacionamos para entender desde otro órgano la razón esencial de una montaña. El que escucha sabe acompañar, se deja permear, avanza como el agua, moja como una ola, se retira sin quitar.

El rugido de las cosas es audible cuando disponemos del tiempo y no de tiempo. La condición de este encuentro -entre frecuencias provenientes de cuerpxs disímiles- se funda en virtud de poder compartir la experiencia del pulso proveniente de topografías internas para luego re-componer el campo sonoro del espectro que regularmente percibimos.

La acción de escuchar solo acontece en un presente fluido y abarca siempre lxs cuerpos y lxs cosas. Hemos dejado de escuchar las cosas y por eso hemos agotado nuestra visión del Mar, del mundo. Hemos destruido el laberinto a punta de sordera y al eliminarlo, desaparece la sorpresa y toda posibilidad de acecho.

El retorno al laberinto propone un encuentro con el minotauro y no con un lugar de arribo -el centro-, dispone las entradas y propone recovecos porque en ese deambular ondulante, el laberinto deviene mar. Entonces escuchar el mar se hace preciso y emitir señales con la voz mientras navego, obligatorio. Se trata de flotar en la música abstracta de las cosas y en ella, descubrir que todo cuerpx es también un minotauro, que todo cuerpx es insondable.
Que todo cuerpx es profundo e irregular.


Una ola es también la muerte que navega.
Navegar sin brújula
Dejarse mecer por la tormenta y devenir la marea que ella dispone.
Hermosa pasajera oscura
Algo queda después de haber cruzado un tramo de tu mar.

OLA 5

Cómo no hablar de esta navegante al hablar de cuerpxs, de relaciones, de colaboraciones, de proliferar. Como no nombrarla con algo de zozobra cuando es ella, la muerte, la que revela lo insondable que aparece con cada final. 

El Mar, este espacio de profunda significacia en la historia de la humanidad. Este tramo que separaba el Viejo del Nuevo Mundo. El comienzo de uno y la transición a otro. Esa es su gran potencia, la de volver, agenciar inicios y finales y quedar en el medio, indefinido. El/la mar, como la muerte, son espacios y/o dimensiones de porfunda significación y re-configuración; nunca la experiencia del mar nos deja iguales. La muerte no solo no nos deja iguales, se lleva algo de lo que fuimos, nos enseña a dejar para pasar a…

Y entonces la ola, es memoria de lo que llega y se va, de todo aquello que intensamente nos abre a un mundo y que necesariamente exige dejar lo que está inmediatamente atrás. La muerte, como una ola, pendula. 

La/el mar y la muerte comparten ese lugar vital en donde el cuerpo es solo un puente, un vehiculo que nos permite nadar a otros mundos, descubrinos en la transicion que es siempre el abandono a una forma de esclavitud.

Cruzar el mar es descubrir un nuevo mundo. Morir es trascender la forma de un mundo que conocemos para encontrar una nueva forma de desconocer. 


Proliferar
Hacerse pueblo SIN POBLAR
Como la niebla
Dejar
Y nunca quedarse

OLA 6


El segundo espacio en el espacio. Crear un lugar que existe en relación a un abandono generoso de la materialidad conocida. Hacerse niebla, gestar humedades sin inundar. Ella trae la densidad necesaria para ocultar la forma, la reforma y la retorna al mundo en estado flotante. La política de esta materia inmaterial es hacer aparecer un estado no dual, borra la identidad y nos remite a lo atmosférico eliminando toda maquinaria de control. La visibilidad en la niebla es menor pero nuestro aparato sensible, la piel, se despliega para hacer proliferar comunidades temporales, en donde su cualidad permanente crea otra forma de archivo. Nuestros repertorios personales se amplían y gestamos -juntos- una coreografía que conduce a la celebración vital de la evaporación de todo prejuicio. La niebla libera la imagen del látigo cuanti/cualificador de un sujeto sobre el otro y sobre el mundo y le entrega la ceguera como dispositivo de libertad. Nos re-conocemos a través de la piel, nos unimos a través del aire y volvemos frontera todo lo que era centro.

María José Arjona

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