Como es adentro es afuera
Un proyecto de María José Arjona
Curaduría: André Lepecki
El adentro del afuera de las cosas
André Lepecki
A finales del 2018, MJA se encontró caminando en la costa norte de Colombia, en una playa cerca a Guachaca. La artista no estaba en busca de algo particular. Sin embargo, mientras deambulaba, se hizo claro que algunas cosas la buscaban, 307 cosas con exactitud. Pequeños pedazos de cosas desechadas, residuos de nuestro Capitaloceno arrastrados a tierra, o quizás partes secas de seres alguna vez vivientes, animales o plantas. Una vez estas cosas dispersas encontraron a la artista caminante, una a una, mientras deambulaba, se rehusaron a dejarla ir. Y ella aceptó. Cada uno de los cientos de encuentros entre las cosas dispersas en la orilla y MJA, fueron completamente singulares. Al ser singulares, también estaban impregnados con multiplicidad y potencialidad. Cada encuentro le pidió a la artista renunciar, en la medida de lo posible, a cualquier tipo de fantasía de posesión, en particular la de autoría. La artista se dejó llevar por el singular atractivo de cada cosa. En el transcurso, MJA apartó su ser y se dispuso a iniciar una serie de trabajos muy particulares.
Primero, MJA distribuyó con cuidado las 307 cosas sobre el suelo, creando constelaciones provisionales. Luego, pasó días recostada junto a estas (en posición de prono, la más cercana a la experiencia de ser una mera cosa). Esperando de manera activa devenir cosa, entre las cosas, mientras pasaban los días, MJA bebió elixires preparados con hierbas y flores de La Sierra Nevada de Santa Marta y se rodeó de vibraciones y gestos chamánicos compuestos de manera cuidadosa. Deviniendo de alguna manera, también en cosa, MJA entró en composición con otras lógicas de existencia. Sin duda, una lógica difícil de curar. Pero fácil en permitir su despliegue. Todo lo que se necesita es el coraje de renunciar a cualquier deseo de dominio y entregarse a las fuerzas de lo supra-sensorial, abrirse al evento del encuentro con lo para-humano y luego crear con las cosas que la llamaron a la acción.
Entre los últimos días de 2018 cuando MJA, los elixires y las 307 cosas co-operaban cerca a Guachaca, y hoy, finales de 2021, Colombia y el planeta han vivenciado los mortíferos resultados de una letal combinación de coronavirus (un cuasi viviente, cuasi cosa entidad) con la toxicidad del capitalismo racial avanzado, neocolonial, necropolítico (turbo-cargado por la cibervigilancia de los movimientos, el tecnocontrol de los deseos y los ecocidios extractivistas) que se ha apoderado del planeta en las últimas dos décadas. No es de extrañar que esta letal combinación, fue precedida de inmediato por la recrudescencia de democracias occidentales, de autocracias elegidas popularmente y hombres neofascistas al poder nacional — desde Brasil a Polonia, de Estados Unidos a Israel y más allá. Con los rastros de muerte del nuevo coronavirus, tras siglos de pobreza y exclusión, la pandemia dejó claro que hemos alcanzado un final político de la lógica anti-biótica, anti-zoológica, neoliberal del capital. Sin embargo, hemos presenciado a diario en la pandemia, entre la zona de muerte, la belleza del florecimiento de la resistencia diaria, en casi todas partes, desde Brasil hasta Colombia, desde Chile hasta Polonia, hasta Israel y más allá. Una bella afirmación de la vida y de todas sus materias: humanas, no-humanas, más que humanas, cosas, cósmicas, espirituales, políticas, sexuales, elementales.
¿Qué le queda por hacer al arte en las condiciones actuales? ¿Qué puede hacer el arte cuando matar es el principal motor de las (no)relaciones (necro)políticas contemporáneas? En definitiva, no se trata de “redistribuir lo sensible”, citando la expresión de Jacques Rancière, esa operación modernista, que hoy a todas luces es insuficiente en nuestra situación actual. El arte tiene que encontrar caminos para algo más, para proliferar. Formas de hacer alianzas para ayudarnos a escapar de la voluntad de matar, dar herramientas para permitirnos negar lo que ya no es tolerable y proponer alternativas. Sobre todo: debe ayudarnos a acordarnos de recordar, el hecho de que nuestro planeta y sus cosas son oráculos y agentes de nuestro futuro.
De ese modo, Arjona abordó las 307 cosas no como restos o desperdicios de una civilización agonizante, sino como oráculos, interlocutores capaces de guiarnos hacia algún otro orden de existencia. Como tal, el estatus temporal de estas cosas no es tanto para marcar el pasado, más bien, para catalizar y crear futuros. Uno solo necesita encontrar maneras de sintonizarse con su materialidad particular — y escuchar. La idea inicial de Arjona fue reunir miembros del público en un amplio espacio, en el último piso de un edificio en el centro de Bogotá y compartir con ellos, de las maneras más sutiles, las cosas-oráculos. Pero el coronavirus golpeó, y el gesto ético era mantener la distancia unos de otros. En esa ética distante, MJA encontró líneas de proximidad. Las trazó virtualmente a través de la ciudad. Colocó algunos de los oráculos en cajas, que también contenían una carta de MJA, muestras de flora de Colombia y recetas especialmente curadas para la preparación de elixires, para ser bebidos justo antes de vivenciar los oráculos por cada receptor de las cajas. Durante el confinamiento en Bogotá, fueron enviados por correo enlaces alternativos a futuros, con la propuesta de un “encuentro con un no animal, un no objeto, un no humano”, como una de las destinatarias después describió su experiencia.
En proliferación, MJA escaló montañas, caminó playas arenosas, se recluyó en rascacielos de concreto. Por meses, organizó y reorganizó de manera metódica las cosas-oráculos en diferentes constelaciones, considerando cómo cada ordenamiento proponía una especie de diagramación esquemática, o partituras como las llamó. Esquemas tanto de movimiento como de sonido, ya que ambos son lo mismo, materia vibrante. Guiada y en diálogo con las cosas-oráculos, así como por las circunstancias, le ofreció a cada una de las 307 cosas una nueva piel al cubrirlas con cobre — añadiendo una potencia elemental. Con los oráculos ahora brillantes, MJA creó danzas en la oscuridad, movimientos difíciles de ver y gestos difíciles de captar, su cuerpo en una velocidad de escape al borde de la percepción. Conjurando la oscuridad como una aliada, MJA luego creó un happening en vivo para una audiencia, invitándolos en sus carros a un garaje en la periferia de Bogotá, cuatro vehículos a la vez, para ver la oscuridad vibrar en lo oscuro, una invitación a latir con esta, de manera colectiva, en separación. Luego MJA creó una serie de afiches enigmáticos y visualmente agudos, para ser distribuidos en las calles de Bogotá — sus símbolos expresan un lenguaje, un territorio y una partitura para otras formas de existencia por venir. Otra clase de mapa.
Como es adentro es afuera es en efecto acerca de cómo cada cosa, humana y no humana, florece, prolifera y crea enlaces más allá de las condiciones de lo cotidiano. Y sin embargo, el proyecto es también acerca de encontrar en lo cotidiano el “límite del mundo” — como otro destinatario de las cajas enviadas por MJA describió su experiencia con los oráculos. El descubrimiento de que el límite del mundo reposa en el borde de cosas mundanas, sus fronteras insospechadas, que el afuera del mundo ya existe potencialmente en lo mundano. Este es el porqué el arte importa: como práctica que atenta a desplegar y desprender los límites de lo cotidiano.
MJA no solo atendió a los límites de pequeñas cosas, sino también los límites de las cosas enormes. Los contornos montañosos de la Sierra Nevada de Santa Marta contra el cielo, se convirtieron en la fuente de creación de líneas musicales y compositivas. En una operación metamórfica de traducción, la topografía de las montañas fue transformada en sonido y esquemas de movimiento — partituras de los límites de la naturaleza. El territorio en sí, es por tanto, el mapa para que MJA y sus colaboradores deambulen. Juntos tejen suelo, roca, vegetación, cielo, ciudad, imagen, galería, cuerpos en sónicas e infrasónicas vibraciones. Puesto en movimiento por oráculos y líneas trazadas entre la tierra y el cielo, el cuerpo se revela como punto de encuentro en los límites de las cosas. Como también resonante. Y nunca uno solo. Así, MJA llama a lo colectivo — con el envío de las cajas durante el confinamiento, temprano en el proceso, y también ahora, con la invitación a artistas/colaboradores a estar presentes en la exhibición. Son co-operadores del trabajo, catalizadores de las acciones imprevisibles, que los oráculos y las líneas montañosas sugieren en todo momento. Puede la audiencia — ese otro co-operador crucial en el largo proceso de MJA, hecho público al fin — encontrar el camino para navegar y moverse en el adentro del afuera de las cosas.
André Lepecki, São Paulo y Nueva York, septiembre 2021