En un amplio salón revestido con madera original de la década de 1930, que caracterizaba la casa, las arquitectas enfatizan la idea de mesas compartidas al proponer un comedor de cristal transparente empotrado en un espejo de gran tamaño en la pared, creando la ilusión de un espacio infinito. “A lo largo de la vida y de las historias familiares en los comedores de las abuelas se sientan hermanos, primos, amigos, vecinos, hijos y pretendientes. Son mesas que se adaptan al momento, expandiéndose o reduciéndose; son mesas interminables”, añaden. Alrededor de este gran comedor se encuentran doce sillas Avispa de Jaime Gutiérrez Lega, que han sido personalizadas con tejidos de lana natural en el taller de Mónica de Rhodes. Estos elementos ¾junto con el piso de baldosa y un gran armario de cacho de William Piedrahita, preservado por Dessvan¾ representan una interpretación contemporánea de los recuerdos de la vida en una finca. Además, las arquitectas proponen un comedor auxiliar que evoca las mesas de juego que solían utilizarse en comedores formales de gran tamaño. Jimena y Laura explican que se compone de dos pufs y una mesa auxiliar que fomentan la intimidad, permitiendo pasar de conversaciones ligeras a momentos más personales o simplemente disfrutar de un diseño juguetón.