Febrero 4 a Marzo 10 de 2012

Esquema Estructural, un proyecto de Beatriz Olano

Curaduría: María Iovino

En los años más recientes se ha podido observar con claridad que renace tanto el interés por la geometría y por la abstracción en el arte, como por las problemáticas de orden visual o plástico, mientras se opaca la fuerza de las dinámicas creativas centradas eminentemente en la denuncia social o en las manifestaciones políticas.

Pero más allá de la fatiga de determinadas formas críticas, es importante comprender que nos encontramos en las puertas de otra definición de mundo en tanto que se aceptan cambios rotundos en el campo de la física y, en consecuencia, en los de las ciencias y las formas de conocimiento que se relacionan con ella más cercanamente.

El arte es uno de esos campos de conocimiento en que se avisan las transformaciones pioneras, en cuanto trabaja con las formas concretas o físicas, así como con las ideas que las reconocen o analizan. Por la misma razón, presiente y asimila de manera temprana las  nuevas orientaciones de la percepción y señala derroteros para su interpretación. Momentos de redefiniciones tan radicales como las que se vislumbran en el presente, cuando las grandes mentes de la física insisten en la importancia de entender que no pertenecemos a un mundo de cuatro dimensiones sino de once o más y que este universo es solo uno entre muchos otros (con las implicaciones que estos planteamientos conllevan), no son abundantes en la historia de Occidente. Hitos como el Renacimiento o el paso del siglo XIX al XX son referencias de enorme significación en ese sentido, precisamente por ser trances del devenir humano en los que descubrimientos e indagaciones de importancia decisiva han implicado que la idea de mundo se rehaga casi por completo desde nuevas perspectivas. El rol que desempeña la capacidad visionaria del arte en esos cortes históricos es fundamental, como lo es, en esos casos en el arte, el conocimiento de la geometría, el del espacio y el de la forma en su más abstracta expresión. Los tránsitos de una realidad a otra suponen ejercicios matemáticos y filosóficos con capacidad para operar lejos de las formas conocidas y, al mismo tiempo, en su más profundo sentido.

Artistas con miradas y talentos como los de Beatriz Olano se logran entender entonces con mayor lógica en esos contextos. Su obra, al variar con los espacios y con las estructuras en las que se instala, reconoce infinidad de situaciones, realidades y perspectivas potenciales. Y esto, mientras exalta, reconoce y estalla poéticamente los límites dentro de los cuales se circunscribe.

En el trabajo de Beatriz Olano no hay verdades últimas o sólidas, solo alternativas, y las que se reconocen, se trenzan en simultaneidades constructivas. En esta propuesta el mundo concreto se destituye sin que el vértigo o el terror se impongan en su reemplazo. Por el contrario, en la obra de esta artista la variación y la reinvención estética y armónica se revelan como un juego en el que no hay reglas, solo un continuo desafío a la audacia, a la inteligencia, a la recursividad y a la precisión de la inventiva. Por la misma razón, en él, el vacío antes que ser nada es fuente de posibilidades sin límite para la reinvención y la renovación.

En tal desempeño de reubicaciones y estrategias de creación armónica se evidencia que en este tipo de obras hay bastante más que los simples formalismos a los que un sector de la crítica los pretende reducir. Estructura, ordenamiento, simetría, asimetría o equilibrio son metáforas potentes en estas obras, que remiten, con igual capacidad analítica, al campo al que se quieran dirigir sus elucidaciones: al político, al humano, al físico o al visual, por ejemplo. En cualquiera de ellos se pueden guiar esclarecimientos a partir de lo que señalan, puesto que permean y esclarecen lo más hondo de los basamentos de las formas, como la lógica que les ha dado una composición.

En el caso de Beatriz Olano esto ocurre desde múltiples instancias. En su obra hay riqueza en la organización geométrica y en el reconocimiento plural del equilibrio; también en el conocimiento y uso del color como espectro de posibilidades expresivas, al igual que en la expresión en los planos bidimensional y tridimensional. En cualquiera de ellos, además, la noción de tiempo de la artista es infinita, al igual que las posibilidades que plantea para la edificación y modulación del espacio y de la forma en él.

Tiempo en la obra de Beatriz Olano es movimiento imparable y en incontables direcciones. Es un fenómeno que se comprende y codifica en su paso a través de las formas que afectan el mundo que ya existe o en aquellas que advierten uno nuevo. Así, lo que nombramos perfección se define en esta propuesta como un acontecimiento inteligente e interminable. Algunas veces ese suceso es previsible, en otras ocasiones es pasmosamente sorprendente.

María Iovino

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Por María A. Iovino

Beatriz Olano completó su formación en artes visuales en la ciudad de Nueva York, en donde realizó estudios de pregrado en School of Visual Arts (1992-1995). Con anterioridad había obtenido la beca de mérito de Arts Students League (1987-1988), institución en la que inició su exploración académica en Estados Unidos. Concluida esta primera etapa, Beatriz Olano, con el respaldo de la beca Elaine de Kooning, adelantó un posgrado en  Pintura en Bard College (1995-1998), escuela en la que su trabajo fue constantemente destacado como uno de los más relevantes y complejos entre los diferentes grupos internacionales que maduraron una propuesta en esa institución. 

En Nueva York y en otras ciudades de Estados Unidos la artista dialogó de manera cercana con las obras de los creadores centrales de la abstracción norteamericana, quienes han marcado su comprensión del arte y, en particular, de la pintura y del dibujo como con lenguajes articulados con distintas estructuras visuales y sonoras. De esa manera entendió a los dos medios (dibujo y pintura) como expresiones, a un mismo tiempo, esenciales e imponentes. De allí, la calidad monumental de muchas de las propuestas de esta artista, realizadas en ocasiones con pocas líneas, aun cuando también se desenvuelva con destreza en formatos pequeños.

A ese respecto, es de anotar también que los años de estudio profesional fueron vecinos a un período en el que la artista residió en Venezuela (1990-1992), país en el que tomó fuerza, entre las ideas y exploraciones del cinetismo, una de las propuestas más interesantes del arte abstracto y de la arquitectura moderna en Suramérica. La cercanía con estos planteamientos por supuesto fortaleció su comprensión del arte, del espacio y del tiempo. 

Estas circunstancias explican además el hecho de que la obra de Beatriz Olano se hubiera fundamentado fuera del diálogo con el arte que se producía en su país natal y que en tanto, se hubiera nutrido de comprensiones de lo filosófico y humano radicalmente diferentes de las que han primado en el lugar en el que nació. 

En todo caso,  a su regreso a Colombia la artista comenzó a estudiar proyectos de artistas modernos y contemporáneos nacionales, junto a los de otros creadores latinoamericanos, y a dialogar con ellos desde perspectivas y búsquedas diversas, motivada más por los aspectos estructurales y formales en sus obras que por sus visiones acerca de lo político y social, las cuales no le han sido determinantes de la manera en que preponderantemente se procesan en América Latina.  

Por estas mismas razones, para Beatriz Olano las formulaciones de los artistas brasileños Helio Oiticica y Lygia Clark han constituido referencias decisivas de su trabajo. Ambos creadores, de distintas maneras, leyeron las complejidades del mundo que observaron en muy diferentes campos a través de organizaciones estructurales y en composiciones abstractas y esenciales. En ellas representaron un engranaje de problemáticas de todo orden, como el de las percepciones en que estas toman forma, al igual que lo hicieron con sus posibilidades de desplazamiento. De esta manera, en las obras de los dos artistas (Clark y Oiticica) la pintura trascendió sus límites y definiciones tradicionales hasta abordar universos que en principio le eran contrarios. 

En la obra de Beatriz Olano los fundamentos filosóficos son definitivos, como lo son en cualquier trabajo artístico, pero de una manera abstracta y en su dimensión formal y constructiva. Es decir, la artista observa principalmente las relaciones entre distintos cuerpos y factores, como las tensiones que se producen entre ellos, para hacer primero reconocibles sus lógicas geométricas y para proponer simultáneamente sobre ellas otras dinámicas y posibilidades que las activen y que conduzcan a otros espacios, aun dentro de una misma situación y lugar. 

De otra parte, es de anotar que la artista regresó a Colombia en 1998 con una propuesta en pintura instalada en un momento en que la pintura, que había sido muy fuerte en décadas anteriores, empezaba a ceder cada vez mayor territorio a experimentaciones híbridas con la fotografía y la objetualidad, lo que ha enfatizado en mayor medida la particularidad del espacio que ocupa su obra. No obstante, el intercambio con los artistas de Colombia y con los Medellín, ciudad donde reside, ha sido significativo y enriquecedor, como lo ha sido también, más recientemente, el que ha tenido con otros artistas del continente, con los que ha interactuado en diversos escenarios internacionales. 

Principalmente el encuentro con artistas latinoamericanos que proceden de tradiciones abstractas y constructivas más radicales ha permitido hacer claridad acerca de que un proyecto como el de Beatriz Olano no excluye una concepción compleja del contexto 

—como algunos han querido verlo—, sino que, por el contrario, la contempla de una manera distinta, a pesar de que el énfasis en el desastre y el dolor esté descartado. En la proposición de esta artista una situación altamente problemática no es más que una de tantas opciones de construir e interpretar lo real. Su obra, en tanto, presenta un ensamble de posibilidades, y en esa medida es que desestabiliza el espacio del que parte, del que se le presenta como fundamento. En su proyecto aun lo más estable, que son los basamentos, son móviles y circunstanciales. 

En consideración a la singularidad de la propuesta de Beatriz Olano en la abstracción en Colombia, como a la naturaleza de su obra, íntimamente ligada a los espacios en los que se desarrolla, en el año 2011 la artista fue invitada por NC-arte a proyectar una intervención que dialogara con el espacio en que habita la institución, que para entonces había comenzado hacía pocos meses su historia en las artes visuales en Colombia.  

La respuesta a esta invitación fue un diseño en el que se hicieron tangibles las posibilidades que ofrece cada rincón de la construcción, como los aspectos que la caracterizan. Por las mismas razones, se destacaron, a través de contrapuntos y diálogos con la instalación, los materiales en que está edificado el lugar. Tanto el color como los trazados, en los que interactuaron la pintura y el dibujo, estuvieron destinados a hacer sentir el espacio y, como es habitual en la obra de Beatriz Olano, a encontrarle en un solo cuerpo, alternativas y proyecciones distintas. 

 

Cuál fue el origen del proyecto Esquema estructural que desarrollaste en NC-arte? 

Guillermo Ovalle, quien era curador de NC-arte en 2011, conoció mi trabajo a través de internet y después lo siguió en distintas publicaciones. Primero estudió la obra y al poco tiempo me llamó para pedirme que presentara una propuesta para participar en el programa de exposiciones del año 2012. Así fue como viajé a Bogotá para conocer el espacio y para concebirlo también de la manera más próxima posible. En la etapa de diseño conversé bastante con el curador y con las directivas de NC-arte, mientras fui dando cuerpo a las ideas y planteamientos con los que regresé a mi estudio de Medellín. Como de costumbre, me concentré un tiempo en el análisis de diversas opciones que trabajé en diferentes programas en el computador, en esquemas manuales y en el encuentro de estos con dibujos, pinturas y ensamblajes que elaboré especialmente para la exposición. Fue un proceso delicado e intenso, como el que ha precedido a cada uno de los proyectos que he desarrollado a lo largo de mi carrera. Una vez presenté el proyecto a NC-arte, el curador me confirmó que la mía sería la exposición con la que se inauguraría el programa de 2012.

 

¿Podrías ampliar algo más sobre el proceso de trabajo? 

En cualquier proyecto, lo primero que siempre hago es recorrer el espacio en el que voy a trabajar un buen momento, para así lograr sentirlo física y emocionalmente. 

Empiezo por dibujar un plano y por anotar ideas que comienzan a surgir a partir de la observación de los materiales que hay en el lugar. También hago bastantes apuntes en dibujo y fotografía de las particularidades del espacio que me atraen o interesan. Por lo general, me gusta hacer énfasis en algunas de ellas o destacarlas con algún tipo de gesto.

Después de sentir que hago parte del espacio, trabajo en mi estudio las primeras imágenes en planos para clarificar ideas. Con estos primeros bocetos regreso al sitio antes de iniciar la ejecución de los planteamientos que he desarrollado. Es un trabajo intenso y en continuo diálogo con las estructuras, del cual surgen cambios y rutas nuevas, sin que ello implique una transformación radical de la idea original. 

En cada proyecto que desarrollo el inicio tiene un fuerte énfasis en lo analítico, lo que no descarta lo intuitivo. Es decir, lo que siento que debería hacer cuando el espacio me habla. Para mí es importante respetar ese impulso, pero lo descifro y lo estudio mucho. Lo visualizo de distintas maneras. Ya durante la ejecución de la obra en el lugar físico, otra vez me dejo guiar por la intuición cuando adapto los planteamientos y los estudios al encuentro con lo real.

 

Entonces difícilmente podría interpretarse una obra como estas en otro lugar…

El proyecto tiene un diálogo permanente con la arquitectura de NC-arte. La obra solo funciona en este espacio. No existe la posibilidad de transportarla a ningún otro lugar. Es viable pensar en adaptaciones para otro espacio quizás, pero en ese caso, tendría que formular cambios en armonía con otras características y situaciones que encontrara allí, y si estas llegaran a ser radicales me llevarían probablemente más bien a formular un proyecto nuevo. 

 

Y por lo general trabajas con intervenciones.

Mi trabajo se ha caracterizado precisamente por estas estrategias. La primera intervención que hice fue en mi estudio en el School of Visual Arts de Nueva York, al final de mi bachelor en Fine Arts, en 1994. Este fue un momento decisivo en mi carrera porque fue la primera vez que intervine las paredes y el piso directamente. Fue la primera vez que en realidad sentí que había encontrado lo que verdaderamente quería hacer y que era totalmente mío, y en esa medida reconocí que mi búsqueda como artista había encontrado el sentido. 

 

Entonces estas son obras en las que es ampliamente significativa la participación del público. 

Claro que sí. Espero que descubra algo nuevo en el espacio, que lo recorra y se encuentre con nuevas dimensiones y posibilidades dentro de un mismo trazado, que descubra belleza en cosas simples.
En mis intervenciones siempre tengo la intención de mostrar equilibrio y al mismo tiempo, desequilibrio, estabilidad e inestabilidad, y esto se percibe mucho mejor cuando se entra en la obra.

 

Es de suponer entonces que el título Esquema estructural remite a la reinterpretación del espacio de NC-arte.

Es cierto, pero tengo que agregar que en todos mis proyectos surge el título después de tener la idea armada de la manera más completa posible. En este caso específico Esquema estructural se relaciona con la intención de mostrar un patrón organizado de ideas dentro de un todo.

  

¿Cómo fue el comienzo de tu carrera? ¿De dónde surgió la inclinación por el arte y por este tipo de imágenes?

Creo que cuando uno nace tiene una predisposición y unos intereses que se van fortaleciendo con el tiempo.

En mi caso, desde muy pequeña me interesaba mucho la arquitectura. Mientras cursaba los últimos años de colegio llegué incluso a pensar que quería ser arquitecta, pero comprendí después que tenía más una fascinación por el espacio construido que por edificar lugares. Más que proyectar los espacios, me gustaba recorrerlos, sentirlos y transformarlos.  

De niña pasaba los días dibujando planos de casas y sus contenidos, y también haciendo pequeñas construcciones de viviendas en Estralandia y Lego. Después he entendido que ponía énfasis en casas y en habitaciones porque eso era lo más cercano y conocido para mí en esta etapa de la vida. Esos eran mis alcances del momento.

En la adolescencia disfruté mucho las clases de Pintura que dictaban en el colegio y así fue como comencé una formación particular paralela a la escuela. Este proceso fue interesante porque descubrí el placer de crear y de experimentar, pero aun así, ya en ese momento tenía cierta frustración porque no podía sentir que hacía algo mío o algo auténtico. 

En la búsqueda de imágenes propias que comencé por esas razones fue que decidí estudiar Artes Visuales. Después de investigar opciones me matriculé en Artes Plásticas en el School of Visual Arts de Nueva York. Antes había tomado clases de Pintura en el Art Students League en la misma ciudad. Allí descubrí que realmente necesitaba una educación académica formal. 

Desde esos primeros años en que estudié Artes de manera concentrada mi trabajo fue abstracto y elaborado con mucho color. Al principio hacía una abstracción orgánica en la que planteaba formas un poco más reconocibles o en las que había mayor posibilidad de identificación con las del mundo externo. Con el tiempo simplifiqué muchísimo el espectro de colores que me interesaba y aprendí a trabajar con colores neutros, que me permitieron simplificar también las formas y las composiciones. 

En el proceso en que hice estos cambios algo muy importante, y diría que crucial para mí, fue descubrir el minimalismo. Estaba limpiando y despejando lo que incluía en mis proposiciones cuando vi la retrospectiva de Robert Ryman en el MoMA. Allí tuve la primera lección de cómo algo muy simple puede ser a la vez muy poderoso. Reflexioné por meses en ello y así fue como las pinturas y dibujos de esa época comenzaron a tener una influencia marcada de la arquitectura. 

Me aproximé mucho a la arquitectura en la pintura, pero casi enseguida me empecé a sentir ahogada en el plano bidimensional y a percibir que la pared y el espacio en donde ubicaba mis propuestas eran igual de importante que estas. Entonces toda la información de cada sitio empezó a cargarse de sentido y a convertirse en parte de las obras.

Cuando llegué a último período de la carrera de Artes Plásticas estuve más concentrada en pintura. De esta manera practiqué bastante hasta lograr soltarme en el trabajo final para hacer mis primeras intervenciones en el espacio. Este momento fue bien importante porque a partir de ahí descubrí que este era el trabajo que realmente quería hacer y que había encontrado por fin algo que sentía como totalmente mío.  

 

Además de Robert Ryman, qué otros artistas crees que fueron decisivos para ti y por qué.

Como es natural, durante los años de formación en Nueva York visitaba con tanta frecuencia como era posible las exposiciones en la ciudad y, cuando podía, en otras partes del país. Entonces mis principales influencias, las que me abrieron horizontes, fueron de artistas americanos y europeos que estaban en las principales colecciones o que exponían en Norteamérica. Entre ellos puedo mencionar primero a Robert Ryman por su búsqueda, pero también a Malevich por su absoluta abstracción, a Mondrian por su rigidez, a Mark Rothko por su persistencia, a Agnes Martin por su simplicidad y perfección, a James Turrel por su habilidad para hacernos ver, a Richard Tuttle por su detalle, a Robert Irwin por su percepción, a Gordon Matta-Clark por su determinación, a Fred Sandback por su habilidad de crear ilusiones, a Felice Varini por su puntualidad y a Jessica Stockholder por su creatividad. 

 

Pero pronto hubo también influencias o aproximación a las obras de artistas colombianos, ¿no es así?

Sí, claro, en Estados Unidos conocí el trabajo de Doris Salcedo, que me impactó mucho, sobre todo por la forma como maneja el espacio en sus instalaciones. Me gustó mucho su obra y tenía desde allá esa referencia grande de Colombia. Ya cuando regresé a mi país, comencé a estudiar a los artistas en las exposiciones y en los museos que visitaba y así descubrí muchas propuestas buenas que me entusiasmaban y a artistas como Carlos Rojas, que me estremeció mucho por su capacidad para detectar la belleza en lo encontrado. Otro referente importante de esos años fue Danilo Dueñas, por su inteligencia al construir. 

En Colombia también comencé a descubrir a los artistas de Latinoamérica, que no tenían la presencia que hoy tienen en Nueva York o en los Estados Unidos en los años en que yo estudié allá. Antes no pude saber mucho de ellos. Aquí pude ver por primera vez bien el trabajo de Carlos Cruz Diez, por ejemplo, que me impresionó muy positivamente por la interactividad que genera, y también el de Helio Oiticica, de quien me atrajo su capacidad innovadora.

  

Y en cuanto a los soportes ideológicos o políticos que animan el arte en Colombia y mucho del arte en Latinoamérica, ¿qué podrías decir? Tu trabajo tiene otra orientación. No se ha involucrado en cuestiones críticas de manera concreta o con tendencias filosóficas específicas.

Mi trabajo es abstracto y está ligado a un soporte geométrico, en el que de por sí ya hay mucha investigación y concepto. Pero aun así, lo que busco es eminentemente visual. Mi análisis se enfoca estrictamente en las imágenes. Ya ellas para mí tienen demasiada expresión y contenido. No me he orientado por textos o filosofías aunque me interese conocer acerca de la investigación de los artistas y aunque me guste informarme sobre muchos temas. Al trabajar me concentro estrictamente en la lógica íntima de las imágenes y en su configuración estética. Para mí la estética es indispensable. Siempre he querido desarrollar propuestas estéticas y placenteras. 

Lo creado, en mi sentir, debe tener armonía, ritmo, simetría y la regularidad que otorga una estructura equilibrada estéticamente. 

En el momento de crear algo este proceso para mí debe ser muy sensible y capaz de transportarme a otra dimensión en la que encuentre agrado y me aísle de la tragedia en que vivimos. Tengo que trabajar necesariamente en procesos que me abran nuevas perspectivas y que me hagan ver y entender la realidad en la que vivimos de otra forma, en la que entiendo que el drama responde a un embotellamiento en el sin sentido porque no alcanzamos a ver y a descubrir otras cosas, otros estados que se organizan en otras lógicas, en otras armonías y correspondencias. 

En Colombia hay artistas excepcionales, como por ejemplo Doris Salcedo, a quien siempre vuelvo a mencionar porque, por ser una de las que mayor reconocimiento internacional ha alcanzado, fue mi primer descubrimiento importante de Colombia en el exterior. Es una de las artistas más críticas de la situación sociopolítica del país y lo que expresa me conmueve realmente. 

El arte colombiano ha estado profundamente relacionado con el aspecto político y social, siendo de esta manera muy crítico, lo cual es entendible. La situación del país es la que ha marcado esta tendencia por la intensidad en que se producen los hechos. Sin embargo, creo que esta inclinación se ha convertido en una constante y que es necesario reflexionar en ello.   

 

¿No corresponder con esa mirada puede suponer un aislamiento?

Aislamiento no diría, porque no he estado aislada. Por el contrario, he encontrado muy buenas opciones de participación y he resonado con personas a las que les interesa mi trabajo. Aunque sí admito que el camino, cuando se es muy distinto a lo que mayoritariamente se lee o se acepta, es un poco más duro en el sentido en el que el trabajo se presenta con el riesgo de que sea incomprendido y ha sucedido. Ha habido malas interpretaciones. Pero es tanto el convencimiento con que lo hago y es tan honesto lo que pongo allí que esta fuerza les quita importancia a los obstáculos que encuentro. 

  

¿Cómo visualizas el futuro en relación con el trabajo que has hecho hasta ahora y con el que hiciste al inicio? 

En el inicio trabajé de forma muy instintiva, pero sin bases de alguna especie. En aquel momento mi trabajo se concentraba más que todo en hacer pintura y, para ello, el contraste de formas y colores era lo fundamental. Esto no quiere decir que hoy no trabaje más de una manera instintiva. Lo sigo haciendo y eso es básico para mí, pero la diferencia es que ahora tengo mayores claridades acerca de lo que quiero lograr y mayor cantidad de instrumentos para buscarlo.  

El espacio arquitectónico como estructura se ha convertido en mi punto de partida, y de esta manera la obra que hago integró pintura, dibujo, escultura e instalación. Procurando ese encuentro comprendí que lo que me interesa es la transformación y que el espacio es el que me brinda la oportunidad de iniciarla.

En la medida en que entiendo mejor lo que busco, visualizo en el futuro obras que abarquen más espacio físico y el uso de nuevos materiales y tecnologías. Tengo la necesidad de enriquecerme y sorprenderme como artista. 

 

¿En el trabajo que realizaste en NC-arte hay alguna consideración que lleve al camino que vislumbras?

Esquema estructural es parte de mi proceso y de mi proyecto como artista en constante crecimiento. Es un trabajo referencial para mí en tanto que en cada proyecto quedan aprendizajes y experiencias importantes. Cada proyecto queda incorporado a lo que uno es en lo sucesivo. 

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