Por Diego Garzón
Para Fernando Arias el límite entre la vida y el arte no existe. Él, más que desde una posición artística, ha buscado expresarse como un ser humano: lo que siente y piensa, lo que vive cada día. El arte ha venido por añadidura. Nació en Armenia, pensó en ser publicista, estudió Diseño Gráfico y después de irse a Inglaterra a continuar con sus estudios fue descubriendo cierta vocación por el arte. A comienzos de los años noventa comenzó a experimentar con su cuerpo, primero para mirar problemáticas particulares y luego para abordar temas más generales. Su obra Seropositivo, por ejemplo, nació de varias entrevistas a personas en estado terminal por el sida, y conformó una trilogía de instalaciones, a partir de elementos clínicos, con la que buscaba de manera poética reivindicar la condición humana de las víctimas: su cuerpo sumergido en una piscina de placas de laboratorio aludía a ese elemento universal “infeccioso”, “enfermo”. Un señalamiento a una problemática cada vez más presente.
En La línea y la mula, por ejemplo, Fernando Arias, nuevamente recurriendo a su cuerpo, hizo un performance con un endoscopio que introdujo en su ano para que el público pudiera ver sus intestinos y comprobara que no había ninguna bolsa de cocaína dentro de su cuerpo. El performance hizo parte de una exposición en San Diego, California, donde los artistas tenían que visitar la frontera entre México y Estados Unidos. Una vez más, Arias señaló con su cuerpo la constante vulnerabilidad en la que se encuentran los ciudadanos de países marcados por el narcotráfico cuando quieren pisar tierras norteamericanas: cada llegada al aeropuerto es como entrar a un juicio en contra.
Pero Arias no solo ha recurrido a su cuerpo como principal soporte de su arte. También ha hecho trabajos de video, instalaciones y planteamientos conceptuales que ayudan a hacer más complejas las problemáticas que aborda. Una de estas obras fue un ataúd hecho de lego, con los colores de la bandera de Colombia. Cuando vivía en Inglaterra sintió la necesidad muy personal de hablar de la violencia y de volver a la niñez para representar la muerte de tantos menores que han caído en la guerra en el país. El ataúd era la confrontación con la muerte y en medio de los colores de la bandera, justo arriba, una línea blanca atravesaba el ataúd: una línea que simbolizaba uno de los grandes problemas de la violencia: la coca.
Pero Arias también ha trabajado en torno al mercado del arte. Como en Crisi’s, que simula el mismo diseño y caligrafía de la casa de subasta Christie’s, y también en La historia de Arias, que consistió en un libro de arte de Gombrich —uno de los más vendidos y elogiados sobre el tema— atravesado por cuatro varas de metal para dejarlo enclavado a manera de mesa: Arias veía en ese libro una mirada eurocentrista de la historia del arte, y decidió hacer la suya propia en un pequeño libro, que también hacía parte de la muestra: la historia de Arias era la historia de sus obras. En ¿Quién da más?, de nuevo su cuerpo es el protagonista: una fotografía de gran formato exhibe un torso desnudo, y una firma del artista, unos centímetros abajo del ombligo. ¿Quién da más?, se pregunta con ironía, un cuerpo firmado —una obra de arte con valor comercial—, una mirada al mercado de las transacciones.
Una de las obsesiones recientes de Arias partió de una experiencia personal —como todo lo suyo—. Hace unos 15 años visitó el Chocó por primera vez y vio allí una fuente de inspiración, de trabajo, y sabía que quería trabajar allí de alguna manera. Y, cuando menos se dio cuenta, el Chocó se convirtió en un proyecto de vida: así nació la Base Chocó. Creó la fundación Más Arte Más Acción y con ella ha buscado invitar a personas que se destacan en varias disciplinas para que interactúen con la comunidad: desde bailarines hasta antropólogos, desde periodistas hasta artistas han ido con Arias al Chocó a realizar proyectos con la gente local.
País para quién fue una exposición que se llevó a cabo en Mapa Teatro en Bogotá en diciembre de 2009, reunió varias obras de naturaleza política, sexual y religiosa, “incluyendo Humanos Derechos, donde personas de los diferentes grupos armados en Colombia se despojan de sus uniformes y armas hasta quedar desnudos y confrontados por su humanidad”, dice. Y en 2012, en NC-arte presentó El país de los demás, una continuación de ese proyecto. Como lo definió la curadora María Belén de Sáez de Ibarra: “Es un retrato conceptual de Colombia”. Es un señalamiento a la presencia cada vez más clara de las empresas extranjeras que están explotando carbón, petróleo y oro, principalmente, en el territorio colombiano. En cómo se han ido apoderando de las tierras colombianas y en cómo, de paso, están afectando el medio ambiente. “Casi las dos terceras partes del país están bajo explotación minera. Las minas son densas, cerradas, llenas de pisos, niveles, tienen más de veinte metros de altura. Las minas alteran la diversidad del planeta y acaban con el agua dulce del mundo. La tercera parte del país está constituido por la reserva especial minera de la cuenca amazónica, cerca de 18 millones de hectáreas. Está explotada casi en su totalidad por empresas multinacionales. Su riqueza se halla en el subsuelo en donde abunda oro, uranio, platino, hierro y coltán”, dice María Belén Sáez de Ibarra en su texto.
El espectador veía en el primer piso un mapa de Colombia “delineado” con un lazo rojo, que no permitía el paso de nadie —a la mejor manera de esos lazos que van guiando las filas en los bancos— y también, al fondo, en letras doradas, la palabra “Columbia”, escrito de la misma manera que hace 35 años el artista Antonio Caro concibió su famosa obra Colombia. La obra de Caro estaba escrita con el mismo estilo de la multinacional Coca-Cola, y ahora Arias escribe “Columbia”, replicando esa misma presentación. También la palabra “Sale” se destaca dentro de la muestra, y en el segundo piso una pantalla de video bombardea al espectador con cifras y datos de la producción minera en el país. Dentro de una especie de vitrina a la que los espectadores no tienen acceso, una pequeña escultura en bronce, bañada en oro, representa las tres cordilleras de Colombia. El vidrio impide el paso al visitante. ¿Por qué no poder ver o tocar algo que nos pertenece?, surge la pregunta ante esta imposibilidad.
¿Cómo nació la idea de El país de los demás? ¿Cuál era el propósito con esta obra?
Nació de la idea de representar a un país que no es nuestro, nació de la percepción de cómo unos pocos, disponen y manejan este país distópico. En noviembre de 2011, la visita oficial del presidente Juan Manuel Santos a Londres coincidió con mi llegada a la ciudad. Él venía de realizar otra visita a Turquía, que, como Colombia, también ha sido incluido en la lista de los países Civets, término que se refiere a los futuros países emergentes junto a Indonesia, Egipto, Vietnam y Sudáfrica. Cuando me enteré de que Santos ofrecería una charla en el London School of Economics, donde él mismo estudió entre 1973 y 1974, la curiosidad hizo que aplicara por una entrada a través de Internet, aunque advertían que los cupos eran muy limitados. CON un público, en su mayoría estudiantes de Economía y posibles futuros presidentes de sus muy variados países de origen, presencié una clase intensa de cómo se vende un país. Paradójico que minutos antes de comenzar la charla, la presentadora de uno de los medios de comunicación nacionales que cubría la gira, me preguntó que si podía colaborarles y hacer la traducción simultánea al español ya que el presidente hablaría en inglés. Colombia, prosperity for all era el eslogan de la gira. Al oír al presidente Santos, extremadamente positivo, sobre todas las maravillas que ofrece Colombia en cuanto a recursos naturales, petróleo, agua, minería, y todo lo que se pueda vender y en muchos casos —la realidad lo ha demostrado— sin importar a costa de qué, pensé que la escultura en bronce Sale (Fig. x), que incluí en el primer piso de la galería, era la imagen perfecta para esta campaña promocional del país, cuyo objetivo principal era atraer la inversión extranjera para mejorar la infraestructura, brindar prosperidad a todos y a la vez satisfacer la adicción del mundo contemporáneo al crecimiento económico.
Cuando se terminó la charla y salí del recinto a la calle —no por la misma puerta por la que el presidente abandonó el edificio— y encontré a un grupo de personas, la mayoría colombianos que, acostados en el piso, representaban a los muertos y desaparecidos, víctimas de los falsos positivos. Otros acompañaban el acto con pancartas y sonidos repetitivos de tambores; a su vez folclóricos, a su vez macabros. Un sabor amargo me dejó aquel momento: las palabras del presidente, más el aire que se respiraba en el recinto, producto de la dinámica de sumisión, misterio, corrupción y ese toque de ineptitud para programar las cosas al que son muy propensos los colombianos. Me monté en mi bicicleta y regresé a casa pensando en qué habría pasado si hubiese aceptado la petición de última hora —la de la periodista— para hacer la traducción simultánea. Perfecta oportunidad para tergiversar la realidad a través de los medios masivos de comunicación, como solo ellos lo pueden hacer en este país de los demás.
A propósito de esa primera situación que lo llevó a pensar en la obra, fue esa conferencia del presidente Santos en Londres. De hecho, muchas obras suyas han nacido en esta ciudad donde ha vivido tanto tiempo. ¿Cómo ha influido en su trabajo ver al país desde afuera?
Mi obra tiene que ver con mi percepción de la sociedad en la cual me crie y de otras sociedades que temporalmente adopto. Aunque es físicamente imposible estar en un sitio y vivir lo que ocurre en otro, en el caso de Colombia la relación es diferente por razones de compromiso moral y la necesidad innata de expresar lo que pienso. El cordón umbilical que me une a Colombia unas veces se retuerce y anuda, otras veces se distiende haciendo más fluida la comunicación.
Mi aporte artístico sobre aspectos de la situación en Colombia es relevante precisamente por mi distanciamiento físico. Es importante conocer otras posibilidades, otras formas de ver el mundo. Es necesario consultar varias fuentes para aclarar dudas. Europa está constituida en su mayoría por sociedades que han alcanzado sofisticados niveles de convivencia, basadas en el respeto a la diferencia, la tolerancia y la igualdad. No son sistemas perfectos, pero su entendimiento y prácticas sobre los derechos humanos dista de la pobre percepción que países como el nuestro tienen sobre ello.
Claro que sí es muy importante la mirada desde afuera del país. La Tierra como planeta es una, hay que observarla desde varios puntos y contextualizarla para entenderla. A Colombia hay que mirarla también desde afuera, así solo sea para complejizar sus problemáticas aún más de lo que ya son. No se trata de dar respuestas. Es como cuando se crea una obra, hay que distanciarse de ella a mitad del proceso de creación, verla desde lejos, dejarla de lado hasta olvidarla, para luego volver a retomarla. He llegado a la conclusión de que la metáfora de la ceguera, la cual he utilizado en trabajos recientes, no es apropiada para referirse a una sociedad que les da la espalda a sus problemas más endémicos. Los que son físicamente ciegos suelen desarrollar más intensamente otras percepciones sensoriales y este desarrollo trasciende el solo hecho de compensar por su incapacidad: les abre otros ámbitos, otros mundos.
Lo primero que veía el visitante de la muestra era un mapa de Colombia en el primer piso, hecho con un lazo rojo. ¿Por qué quiso desplegar ese gran mapa del país ahí?
El mapa de Colombia es un espacio impenetrable acordonado por un discreto lazo de color rojo dentro de una exclusiva galería de arte del centro de Bogotá (Fig. X). El lazo pudo haber sido azul, amarillo, negro… pero el rojo es sangre, violencia y vida. Ese espacio vacío es la negación de un territorio que nos pertenece y al que el público no tiene acceso. La negación al público de ese espacio imaginario que es Columbia.
¿Y por qué la palabra “Columbia”, a la manera que Antonio Caro hizo su obra Colombia? ¿Qué buscaba con este guiño a esa obra?
Una apropiación de una apropiación de otra apropiación… así como ese país de los demás. Según Wikipedia, Columbia es un nombre poético de América y la personificación femenina de los Estados Unidos de América. Ha inspirado los nombres de muchas personas, lugares, objetos, instituciones y empresas del hemisferio occidental y más allá.
Columbia también es el nombre que usan las personas de habla inglesa, más que todo de América del Norte, para referirse al país donde el único riesgo es quererse quedar… pero con todo. Con todos los recursos. Un riesgo para los que lo habitamos y para el planeta. Para muchos extranjeros somos Columbia.
La obra de Antonio Caro me ha llamado la atención por ser tan directa. Caro usó el logo de Coca-Cola para su obra Colombia, y yo a la vez usé su logo de Colombia para la obra Columbia (Fig. X). A veces al resultado de un proceso en el arte no hay que buscarle mucho como el porqué o una razón, simplemente se da así no más…
Otro de los aspectos que me llamaron la atención de la obra es la cantidad de datos e información sobre la minería en Colombia que pudimos ver en el segundo piso. ¿Qué información buscaba destacar ahí?
Los datos del audiovisual fueron extraídos de medios independientes como La Silla Vacía, Semana, Simco… (Fig. x) Un audiovisual proyectado a manera de componente formativo dentro de un espacio inspirado en las salas/bóvedas del Museo del Oro de Bogotá, y obviamente la información que quería destacar era la que estaba ahí: una mezcla de datos sobre lo que concierne a la extracción de oro, carbón, etcétera, y testimonios de personas afectadas por ello. Algo así como: Columbia es rico en petróleo, carbón y oro, entre muchos otros recursos. En la actualidad, el 40% del territorio colombiano está concesionado o solicitado por empresas nacionales y multinacionales para realizar proyectos de extracción de minerales e hidrocarburos.
Durante los dos periodos del gobierno de Álvaro Uribe, la superficie de hectáreas con título minero pasó de 1,13 millones a 8,53 millones. Durante el encuentro RIO+20, Santos declara 17,6 millones de hectáreas en Amazonas y Chocó como reserva estratégica minera (¿mucho indio?). El país de los demás es ciertamente de los demás. Y muy pocos se dan cuenta.
Sigamos con lo que pudimos ver en el segundo piso: la pieza que representa a las cordilleras, bañadas en oro, estaban como en una vitrina, que la separa del público. ¿Por qué ese aislamiento?
Dentro del espacio que menciono anteriormente se exhibe en bronce, un relieve de las cordilleras de los Andes colombianos con incrustaciones de muchas piedras preciosas y bañado en oro de 18 quilates (Fig. X). Esta “valiosa y preciosa” pieza es iluminada en forma tenue y sugestiva y, por lo tanto, separada del público por un vidrio. Nuevamente aquí no hay acceso, como el mapa. El texto Colombia-Columbia de María Belén Sáez de Ibarra recibe al visitante antes de ingresar a esta sala.
¿Busca como artista tomar una posición política contra la inversión extranjera en Colombia o es solo una manera de señalar este fenómeno?
Inevitablemente, teniendo en cuenta el orden en que me lo pregunta, pienso que lo segundo conduce a lo primero, aunque no me lo impongo como un propósito. Se va dando no más.
Respecto a este punto, cada vez es más común encontrar exposiciones y obras de arte que señalan problemáticas sociales, ambientales y económicas como esta. ¿Puede hacer algo el arte para cambiar una situación socioeconómica como la que se ve en la exposición? ¿Como artista se hace esa pregunta?
En realidad no hice esta exposición (ni ninguna) para cambiar situaciones socioeconómicas. Hay proyectos puntuales que realizo en los que se benefician socioeconómicamente las personas involucradas como, por ejemplo, generar el trueque de una casa por un tapiz (de diseño mío). Al tejedor que me hizo los tapices de País para quién, le “gestioné” una casa de interés social con una persona de Londres que a cambio recibió el tapiz que el tejedor le hizo. Esto es diferente ya que no se expuso en ninguna galería o evento de arte. Y lo que no importa aquí es si es arte o no, es parte de un proceso que se generó cuando yo le mandé a hacer los tapices de País para quién al tejedor.
En cuanto a que si el arte puede hacer algo o no, no creo, a los que les debería importar es a los políticos. Uno como artista puede ayudar a crear conciencia, a generar acciones.
La obra se apoya mucho en información que circula en los medios de comunicación. ¿Cómo abordar esta problemática particular a partir de una exposición de arte y no como investigación ya sea periodística o de otra índole?
El cuestionamiento se da a partir de lo que está sucediendo en el país con respecto a la locomotora minera. Basta con ver, leer, escuchar, desde todos los puntos de vista los efectos y testimonios. No es secreto que la extracción de oro es un proceso que normalmente implica la utilización de cianuro y de óxido de zinc y de grandes cantidades de agua, que además libera los sulfuros que acompañan al oro en los yacimientos y que acidifican el agua… etcétera.
¿Qué tan importante fue el trabajo de Más Arte Más Acción en Chocó para acercarse a este tipo de problemáticas del país?
Muy importante. A través de Más Arte Más Acción generamos proyectos artísticos interdisciplinarios con artistas y escritores que cuestionan temas sociales y de medio ambiente y que a menudo involucran procesos con comunidades menos favorecidas. La selva del Chocó ha sido la fuente de inspiración de este proyecto. Nuestra Base en Chocó, creada en colaboración con Joep van Lieshout, ofrece a los participantes la oportunidad de trabajar en un lugar extraordinario, con el fin de considerar temas primordiales, entre los que se cuentan la pérdida de la biodiversidad, la producción de alimentos, el crecimiento exponencial de la población, la urbanización y el consumo humano.
Precisamente uno de los puntos álgidos del proceso de paz con las Farc es el tema de tierras. ¿Es viable la paz en Colombia cuando las Farc, de alguna manera, también evidencian ese exceso de presencia extranjera en Colombia?
Yo me limito a dar mi visión como artista sobre una problemática que no solo señala los efectos sociales. Hay también los efectos contra el medio ambiente. Estas preguntas son válidas, pero son más como para dirigirlas a un periodista, a un analista político, a los mismos políticos. Me limito a lo que sé hacer, transmitir mensajes, muchas veces subliminales —estudié publicidad— por lo general muy sutiles, algunas veces demasiado abstractos y conceptuales —too much—. Y con todo el respeto, el arte o en este caso el mismo artista, cuando tiene que responder a tanto cuestionamiento pierde su poder.
La exposición fue muy visitada y muy comentada también en la prensa. ¿Cómo sintió la reacción del público ante la muestra?
Aclaro que yo no estuve en Bogotá durante el tiempo que duró la exposición y desconozco cuántas personas aproximadamente la visitaron, pero para responderte me guío por las reacciones de las personas que asistieron a la inauguración, a las visitas guiadas y a una charla. ¿Que como sentí la reacción del público? Esto no lo puedo generalizar ya que la gente que va a las exposiciones se conforma de muchos individuos y obviamente cada uno reacciona de acuerdo a su conocimiento o ignorancia sobre el tema que trate la exposición o, mejor dicho, sobre la realidad que los rodea. Hay unos que viven en burbujas y no se dan cuenta de nada, de esos asistieron unos cuantos y lastimosamente algunos fueron estudiantes de Arte y da lástima, no porque fueran estudiantes de Arte —pues eso no quiere decir nada— sino por que eran jóvenes. Hay otros que pertenecen al grupo de ciudadanos con ceguera colectiva, que en este país tiene un alto porcentaje, no creo que de estos asistieran muchos porque precisamente a dicha masa hay que mantenerla alejada de la cultura y el arte, no sea que recuperen la visión y reaccionen. Pero sí hubo muchos que, mas allá de la estética de una exposición de “arte”, se identificaron con mi propuesta. De estos fueron muchos y eso me dejó contento.
Cambiando de tema, una duda que siempre he tenido: en el catálogo de Cantos Cuentos Colombianos, de la colección Daros, hablaba un poco de que estaba desilusionado del arte, del suyo y del de los demás. ¿A qué se refería?
Era una etapa de proceso personal. La incertidumbre sobre si el arte que estaba produciendo era lo suficientemente honesto con mi propósito salía a flote y me hacía replantear la dirección y el sentido con el fin de encontrar nuevas formas de proceder. Era la esencia de la condición humana lo que buscaba, esa fragilidad que nos revierte a la naturaleza para recordarnos que no somos criaturas tan “únicas” creadas por un Dios o por los muchos dioses que se inventan los humanos. No estoy seguro si en esa entrevista decía estar desilusionado del arte de los “demás”. Lo digo porque no soy un seguidor asiduo del arte. En mi vida el arte aparece y desaparece cuando menos pienso. Las experiencias de la cotidianidad suplen la necesidad de “ver” arte.
¿Después de este proyecto piensa seguir trabajando sobre el tema de la minería en Colombia?
En 2009 fue El país para quién; en 2012 fue El país de los demás… Quién sabe a dónde iremos a parar si seguimos así.