por Juan Carlos Arias
Nóctulo es una videoinstalación multicanal que explora la materialización, visual y sonora, de sonidos inaudibles que componen un espacio en ruinas: el sonido ultrasónico de murciélagos que recorren una casa abandonada en el campo creando nuevas dinámicas vitales que funcionan como un eco de aquellas voces olvidadas que alguna vez habitaron ese lugar. El sonido es un elemento central en la obra en términos compositivos y conceptuales: ruidos y voces imperceptibles para el hombre que empiezan a hacerse audibles a través de la forma. Las voces del pasado parecen resurgir sin dejar de estar ausentes.
Son los sonidos los que reconstruyen la ruina, no como espacio de reminiscencia nostálgico, ni como espacio vacío, desposeído de un presente, símbolo de lo perdido, sino como un lugar habitado, revitalizado por los nóctulos. La obra construye algo inaccesible para el espectador en el espacio material, evitando el uso de imágenes explícitas y realistas. En el sonido no hay testimonios completos, sino los fragmentos que se hacen audibles, así como ecos que resuenan al fondo.
En el sonido, el espectador presencia una lucha entre lo que se desvanece y escapa, y lo que revive en el espacio y permanece. La figura del eco condensa esta operación: la videoinstalación funciona como la superficie de reflexión que devuelve un sonido que, como tal, ya no existe, que solo está presente como reflejo. La metáfora central de la obra iguala el testimonio de las víctimas al ultrasonido del murciélago. No se intenta reconstruir narrativamente lo ocurrido, sino re-crear la imagen del pasado del mismo modo que el eco del animal recrea el espacio y lo hace perceptible. El eco permite que el espectador se mueva en el espacio del pasado sin acceder directamente a él. Por esta razón que el contenido de lo que dicen las voces pasa a un segundo plano, así como la identidad del sujeto que enuncia. El testimonio se transforma en voz pura, en sonido que emerge de ese lugar olvidado del pasado. Como el sonido del animal, permite reconstruir una ausencia en el presente.
El sonido invita y envuelve al espectador, pero a la vez le pone un límite perceptivo que nunca podrá superar. De este modo, Nóctulo se opone a los discursos contemporáneos que afirman que todo se puede mostrar, que toda memoria se puede recuperar, que todo debe ser narrado, todo trauma debe ser superado, todo debe ser puesto en imágenes e incluso en testimonios. Al hablar de los acontecimientos violentos y traumáticos, la obra pone en evidencia las barreras de la comprensión, los límites de la experiencia y la percepción. Algo se hace inaccesible al espectador sin excluirlo totalmente de la realidad que se hace visible. Lo que hay más allá de la pantalla permanece invisible para el espectador. Solo se hace perceptible de un modo que juega con los límites mismos de la experiencia y de la memoria histórica.
Es de ese interés por explorar sonidos que parecen escaparse constantemente de donde surgen los dibujos de Nóctulo. No como creaciones posteriores a la videoinstalación, sino como exploraciones que acompañaron la búsqueda formal por hacer perceptible lo que ha sido olvidado.
Los dibujos revelan trazos de un sonido imperceptible, de un grito inaudible. El esfuerzo material, casi obsesivo por hacer que ese sonido resuene en el dibujo y la escritura. En ellos, las palabras minúsculas se mezclan y confunden con líneas que expanden las huellas del animal. La escritura humana se confunde con la mancha. Son trazos que hacen eco de los sonidos que parecen escapar permanentemente. Como afirma Julia Kristeva, el trazo no representa, no es un signo, sino la apertura de un escenario que escapa a la significación. En ese sentido, la escritura en Nóctulo no traduce la voz y el sonido a un nuevo medio. Los expande, los hace audibles, recrea sus recorridos y dinámicas. El dibujo no ilustra o representa. Funciona, más bien, como una caja de resonancia que amplifica aquello que no percibimos, que tal vez no queremos percibir.
Los dibujos sobre impresión de Nóctulo, más que imágenes fijas y acabadas, son el reflejo de una práctica minuciosa e insistente, una búsqueda por materializar aquello que resuena en el espacio. Como los murciélagos cargando semillas noche tras noche, los trazos revelan una actividad continua, viva, que deja huellas sin agotarse en ellas. Como las semillas que se acumulan en la imagen, que la inundan hasta ocupar la totalidad del espacio visible, los trazos se multiplican, invaden el espacio de la ruina. Los dibujos revelan que la ruina material está atravesada por una ausencia, que no es suficiente con conocer el espacio físico, con registrarlo y recomponerlo. Los dibujos son un esfuerzo por hacer visible una ruina ausente.